La diócesis de Mar del Plata realizó su peregrinación anual a la Basílica de Nuestra Señora de Luján. La celebración fue presidida por monseñor Ernesto Giobando sj, obispo de Mar del Plata, quien en su homilía habló del sentido filial de visitar la casa de María, del valor de la familia y de la esperanza que sostiene el camino de fe de los peregrinos.

“Siempre es algo que toca nuestros corazones, porque cuando vamos a la casa de nuestros padres, ir a visitar a nuestra mamá, es algo que no lo podemos explicar, es un sentimiento especial. Lo hacemos con una gratitud inmensa por todo lo que nuestros padres han hecho o hacen por nosotros. Es el amor gratuito”, expresó monseñor Giobando.

“Jesús es nuestro hermano mayor, el primogénito de Dios Padre. Nosotros somos sus ovejas; Él es nuestro pastor. Y al venir a Luján, venimos como peregrinos de la esperanza, en este año jubilar donde recibimos la gracia de la reconciliación de un modo particular a través de la indulgencia plenaria. En este día la aplicamos por tantos seres queridos, por nosotros y, por supuesto, también por el eterno descanso del padre Andrés Mangas”, agregó.

El obispo señaló que “venir a Luján es venir a la casa de María, es venir a la casa del negro Manuel, que cuidó la imagencita de la Virgen con tanto cariño, encendiendo esa velita y entregando ese aceite para sanar tantas dolencias y enfermedades de esta zona, primero en esta villa de Luján y luego en toda la Argentina y el Uruguay. Ella es la patrona, nuestra intercesora, nuestra madre”.

También recordó “la casa que tanto quiso y amó nuestro beato el cardenal Pironio, que está enterrado aquí, al que vamos a ir a rezar. Fue obispo de nuestra diócesis de Mar del Plata y nos dejó un legado muy grande, pero sobre todo una sonrisa inmensa en medio de las dificultades y sufrimientos que tuvo que padecer”.

El Obispo se refirió luego a la presencia de María en los momentos difíciles de la vida: “Todos, en algún momento, pasamos por situaciones difíciles. Y cuando uno anda con problemas y le cuesta seguir caminando, ¿a quién acudimos? A mamá. Lo mismo ocurre en nuestra vida: acudimos a nuestra mamá del cielo. Ella sabe, no hace falta explicar nada. Tiene en sus manos cada una de nuestras lágrimas, sabe enjugar las lágrimas de sus hijos, como al pie de la cruz supo acompañar y enjugar las lágrimas de su Hijo muriendo en la cruz. Las gotas de sangre que brotaron de su corazón mostraron tanto sufrimiento. María es madre de los dolores, pero también madre de la esperanza, madre de nuestro gozo”.

“María sabe cómo indicarnos el camino sin palabras, solo con su presencia. Donde está ella, estamos seguros. Donde está ella, avanzamos tranquilos. Donde está ella, nos abrimos a Jesús, porque ella nos lleva a Jesús. Y cuando estamos delante de Él, se pone a un costado. María nos dice: ‘Vengan a mi casa, pero contemplen a Jesús. Vengan a Luján, pero llévense a Jesús, Salvador en el corazón’. Vengan a mi humilde casita de aquellos tiempos, hace tantos siglos, y preparémonos para festejar juntos los 400 años del milagro de Luján dentro de cinco años. Dios quiera que podamos volver a encontrarnos aquí para decirle a María: gracias por quedarte en esta villa, en esa humilde casita, y ahora en esta hermosa basílica que podemos ver desde lejos, sabiendo que aquí hay un punto seguro de nuestra fe cristiana, un punto firme en nuestro caminar creyente”, expresó.

Monseñor Giobando contó que los peregrinos de Mar del Plata llevaron sus intenciones en los buzones colocados en las parroquias de la diócesis. “No es un buzón de quejas. Esto no es un buzón de quejas; esto es un buzón de confianza, de esperanza, de anhelos. Es un buzón donde dejamos el pedido por nuestros enfermos, por nuestros seres queridos, por el trabajo, por la dignidad, por los más pobres y por los que no se acercan hoy a la mesa digna que deben tener en sus hogares”, dijo.

Al mencionar el lema de la peregrinación —“Madre, danos amor para caminar con esperanza”—, el obispo invitó a vivirlo en profundidad y con gratitud, recordando que “glorificar a Dios cambia nuestra vida. Tenemos que cambiar la queja por la alabanza. Glorificar a Dios es alabarlo, y alabarlo es servirlo, y servirlo es amar. Y amar es lo que nos transforma. No hay otro camino”.

Al concluir, monseñor Giobando propuso tres actitudes concretas para este tiempo: “Desarmar las palabras, mirar hacia arriba y cuidar el corazón”. Explicó que “desarmar las palabras” es evitar la agresión y el insulto, “mirar hacia arriba” es levantar la mirada del suelo y del celular para dirigirla al cielo, y “cuidar el corazón” es aprender a hacerlo juntos: “para hacer el corazón necesitamos dos manos, las de mi hermano y mi hermana que me cuidan, y yo también cuidaré el corazón de los que me rodean”.

El obispo concluyó pidiendo a la Virgen de Luján, al beato Pironio y al siervo de Dios negro Manuel que acompañen el camino de la diócesis y de los peregrinos, para que todos regresen a sus hogares con un corazón renovado y lleno de esperanza