Aleluya! ¡Cristo Resucitó! Es el grito alegre de la Pascua que anuncia el milagro más grande de toda la historia de la humanidad. El que por amor se entregó al sufrimiento y a la muerte, ha vuelto a la vida. Los discípulos tienen dificultad en reconocerlo, es el mismo, se pueden ver las heridas de la pasión, pero está resplandeciente, glorioso; su estado de vida es definitivo y glorioso.

Él lo había anunciado diciendo que como el grano de trigo debía caer en tierra y morir para vivir y dar vida. Si bien la resurrección tuvo lugar hace dos mil años, es como una explosión de amor y de vida, cuyas ondas expansivas atraviesan toda la historia y todo lugar.

Hoy esta alegría debe impactar en los corazones y en medio de la realidad que cada uno está viviendo ha de ser un impulso de vida y de profunda renovación espiritual, personal y vincular.

Por el bautismo los cristianos participamos de la muerte y resurrección de Cristo y tenemos esa vida en nosotros que nos anima y sostiene. Este año, de manera especial, invitamos a llevar de las Iglesias agua bendita para bendecir los hogares y los miembros de cada familia.

Participemos en las misas de Pascua y recibamos la gracia y la bendición que sólo Cristo Resucitado nos puede regalar.